Ya es hora de cambiar nuestras creencias acerca del
envejecimiento y la vejez. La autoestima no puede -ni debe- pasar por el
calendario...
Autor: Gloria Molina Pérez
Durante generaciones hemos permitido que el número que
corresponde a los años que llevamos en el planeta, nos diga cómo hemos de
sentirnos, vernos y comportarnos, y lo que se acepta mentalmente se convierte
en verdad para nosotros; ya es hora de cambiar nuestras creencias acerca del
envejecimiento y la vejez. Muchos hemos aprendido que cambiando nuestra forma
de pensar, podemos cambiar nuestra vida, pues así podemos hacer que el proceso
de envejecimiento sea una experiencia positiva, vibrante y sana.
Después del gran despliegue de la juventud, el hombre deberá
lograr la calma. Es fundamental saber que el envejecimiento no es una
enfermedad, no es patológico, ya que según el concepto de salud de la
Organización Mundial de la Salud, implica un completo estado de bienestar
psicofísico y social, en ausencia de enfermedad, en teoría no se puede aplicar
a los adultos mayores.
La Tercera Edad en el Tercer Milenio, es un desafío para
todos. Muchos adultos mayores llegan a la edad de la jubilación y se sienten
todavía en plenitud, en forma, vigentes, lúcidos, llenos de iniciativas y
planes; otros muchos, aunque ven disminuidas sus potencialidades físicas al
llegar a esta etapa, sienten que aunque la mente esté lúcida, la sociedad les
dice, por medio de la jubilación, que deben dejar el puesto a gente más joven y
nueva y que deben retirarse.
Una de las primeras necesidades del ser humano, es sentirse
aceptado, querido, acogido, perteneciente a algo, a alguien; son los
sentimientos en que se basa la auto-estima, que consisten en saberse capaz,
sentirse útil, considerarse digno. Por lo tanto, no puede haber auto-estima si
la persona percibe que los demás prescinden de él, ya lo veía así el “viejo”
Maslow, en su famosa pirámide de necesidades, donde describe un proceso que
denominó “autorrealización” y que consiste en el desarrollo integral de las
posibilidades personales.
Auto-estima, consiste en las actitudes del individuo hacia
sí mismo, mientras son positivas se dice que hay buen nivel o alto de
auto-estima; en las actitudes se incluye el mundo de los afectos y sentimientos
y no sólo el de los conocimientos, pues los componentes de la actitud encierran
gran variedad de elementos psíquicos. De ahí que, para la educación y formación
de las personas, sea importante para formar actitudes, porque así se puede
asegurar una formación integral y no fraccionaria y entonces, así se garantiza
un alto nivel, que le permite al individuo hacer frente con dignidad a
importantes contrariedades de la vida y no decaerá su ánimo fácilmente.
Por esto, si a una persona que se siente bien, saludable y
con fuerzas, se le dice que ya no hace falta en el trabajo, es probable que se
influya en el deterioro de la auto-estima; el adulto mayor se siente
desconcertado ante dos experiencias contrarias: él se siente bien y con ganas
de trabajar, por otro lado, la sociedad marca una edad para dejar el trabajo lo
es un duro golpe a la auto-estima y proyecta múltiples consecuencias hacia lo
físico y lo somático, porque estudios modernos comprueban que una persona
permanece más inmune si tiene muestras de afecto, a través de sus lazos amorosos, familiares y
sociales.
Los estudios e investigaciones modernas, indican que las
emociones positivas y negativas influyen en la salud, más de lo que se suponía,
y si no se tiene un desarrollo afectivo óptimo, no se desarrolla la inteligencia,
así es que hay una relación directa entre el afecto y el desarrollo cerebral,
intelectual. La inteligencia depende de la vida de la niñez, cuando se va
estructurando la persona; entonces hay que volver a valorizar el afecto. Y a
esta mezcla, de inteligencia y afecto, se le llama inteligencia emocional.
Hoy se sabe que la inteligencia es más que una determinada
función de la mente humana, medida en términos de coeficiente intelectual; el
ser humano, a la hora de tomar decisiones y actuar no lo hace guiado por su
inteligencia cognitiva, lo hace por el impulso de sus emociones y sentimientos,
que deben ser guiados, orientados, controlados y expresados mediante los
dictados de una sana inteligencia emocional; por ejemplo, a la hora de elegir
una pareja, no se guía generalmente por el frío intelecto, sino por la calidad
e intensidad de los sentimientos que hay en ese momento.
Y los aprendizajes practicados hasta ahora, han insistido
más en el mundo cognitivo que en el emotivo; sólo el ambiente familiar ha sido
útil en el manejo positivo del mundo afectivo y que sucede cuando el mismo
núcleo familiar carece de la solidez afectiva necesaria.
Para poder vivir bien la vida, es necesario, no sólo la
inteligencia cognitiva, sino también, y sobre todo, la inteligencia emocional y
la auto-estima que van a la par; las personas con mejor y más adecuada
expresión de sus sentimientos y emociones, son a la vez, personas seguras de sí
mismas, con mayor sentimiento de libertad y autonomía, con mejores relaciones
interpersonales y por ello mismo, con mejor nivel de auto-estima.
Una de las primeras crisis de la edad madura, es, a menudo
una crisis de desgaste, desánimo y desilusión, por la experiencia que vive el
adulto mayor al verse, de pronto, no aceptado; y sentirse así, sin una razón
objetiva, al sentirse todavía como ser vigente y capaz de sentir y servir, y se
convierte en una crisis que se agudiza por las pérdidas que se van acumulando
en la vida del adulto mayor, como el trabajo, seres queridos, etc.; si estas
pérdidas no se compensan con un buen manejo del campo afectivo, puede que el
adulto mayor se vea invadido por perjudiciales sentimientos negativos, que
afectarán su auto-estima, especialmente en las mujeres.
Los parámetros y valores culturales imperantes en la
sociedad favorecen poco la auto-estima del adulto mayor, ya que el modelo
cultural imagina una decadencia y lo condena a ser testigo de su propia
decadencia; esto hace frágil y vulnerable la auto-estima, aunque la razón y la
afectividad no decaen al ritmo biológico, al contrario, se incrementan hasta el
último día de vida. La Organización Mundial para la Salud, define el “viejo
sano” como aquel individuo cuyo estado de salud se considera no en términos de
déficit, sino de mantenimiento de capacidades funcionales, es necesario
entonces, recordar que el envejecimiento de las células cerebrales es más lento
y es recomendable aprender algo nuevo, en una especie de gimnasia intelectual.
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