A cualquier edad, la soledad es una de las mayores amenazas
a la calidad de vida, pero lo es mucho más después de los 60.
El principal problema de los Adultos Mayores es siempre el
mismo en cualquier lugar del mundo: vivir el máximo de tiempo con el máximo de
calidad, conservando el rol que da sentido a la vida de la persona; deseo que
se presenta mientras la vida vale más que la muerte, valoración que está
intrínsecamente relacionada con las formas de vida en cada grupo.
El ser humano no puede pensarse a sí mismo si no lo es como miembro
de una colectividad que constituye su grupo de referencia y su grupo de
pertenencia.
Se puede convenir que una vida con sentido es la que en
principio tiene determinadas necesidades básicas satisfechas, entre ellas las
sociales. Las tres necesidades básicas son:
· pertenencia
a un grupo
· de
integración en el mismo
· de
identificación con él
Lo que en términos generales es que todo el mundo quiere
seguir vivo mientras estas necesidades reciben satisfacción (además de las
directamente biológicas: comida, protección, etc.).
Se habla mucho de la soledad en adultos mayores y se le
considera como uno de los problemas de la vejez, cabe preguntar por la
especificidad de la soledad en la vejez, porque actualmente no es privativa en
este sector; como problemática específica, la soledad en adultos mayores es un
empobrecimiento de la calidad de sus relaciones sociales.
Los cambios psicológicos y sociales deben conllevar a asumir
una actitud “positiva”, es situarse en relación con el mundo; es necesario
crear la propia responsabilidad de “actuar para sí mismo”, en el interés por
vivir la vida, el saber que su entorno puede ser amable y seguro. Los adultos
mayores requieren de actividades con un sentido, o sea que signifiquen una
forma real de pertenencia social y de
participación en la corriente de la vida de un grupo que les resulta
propio.
Es a través de la Educación para el Envejecimiento donde se
deben trazar las pautas que conlleven a que la vejez sea asumida de manera
distinta y dinámica.
Los adultos mayores enseñan que, incluso cuando se pierden
algunas cosas, como la juventud, se encuentran otros dones como el del
autoconocimiento, es tiempo de asumir las ganancias del conocimiento, la
sabiduría, el humor, de celebración profunda, de la alegría del saber, de
sentir orgullo y de un poder consciente; es tiempo de conocerse, de integrarse,
es tiempo de que ser un adulto mayor es un honor.
¿De dónde viene la soledad?
Todos hemos pasado alguna vez por una experiencia de
soledad, pero la soledad como estado permanente (o como "condena") es
una cosa muy diferente...
Autor: Adriana Saldaña Lozano, Gloria Molina Pérez
De acuerdo al Diccionario de la Lengua Española y al
Diccionario de Sinónimos y Antónimos de la Universidad de Oviedo, la palabra
soledad tiene tres acepciones:
Carencia de compañía.
Lugar desierto o tierra no habitada.
Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o
pérdida de alguna persona o cosa.
Y hay seis sinónimos para la palabra soledad:
Abandono: Acción y efecto de abandonar o abandonarse.
Aislamiento:
1) 1) Separación de una persona, una población o una cosa,
dejándolas solas o incomunicadas.
2) 2) Falta de comunicación, desamparo.
3) Acción y efecto de aislar o aislarse.
Alejamiento de un lugar: Acción y efecto de alejar o
alejarse.
Melancolía:
1) Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente.
2) Monomanía en que dominan las afecciones morales tristes.
Pena:
1) Castigo de una falta o delito.
2) Cuidado, aflicción grande.
3) Dolor, tormento corporal,
4) Dificultad, trabajo.
Pesar:
1) Sentimiento o dolor interior.
2) Dicho o hecho que causa disgusto.
3) Arrepentimiento de algo que no debió hacerse o decirse.
Antónimos para la palabra soledad, hay dos:
Alegría:
1) Sentimiento grato y vivo, producido por un motivo
placentero, que por lo común se manifiesta con signos externos
2) Persona o cosa que causa alegría.
3) Falta de sensatez.
Compañía:
1) Unión y cercanía entre personas y cosas o estado en el
que se encuentran juntas.
2) Persona o personas que acompañan a otra u otras.
3) Sociedad o reunión de varias personas unidas para un mismo
fin, generalmente industrial o comercial.
La soledad es un tema recurrente en las manifestaciones
culturales, formando parte importante de la experiencia humana. Ha sido un tema
de interés psicológico desde la década del '50; desde 1980 comenzó a ser un
tema de investigación empírica, motivado por la creación de escalas de medición
de la soledad válidas, entre las que se destaca la Escala de Soledad UCLA,
creada por Rusell en 1980.
La soledad ha sido relacionada con temas tan importantes
como trastornos psiquiátricos, entre los cuales están la depresión, ansiedad,
alcoholismo y suicidio. También se relaciona con variables cognitivas, entre
las más cuales se pueden mencionar “estilo atribucional”, “auto-conciencia”,
“expectativas”; asimismo, se encuentran vinculados a la soledad las
“habilidades sociales”, como la “auto-revelación”, “atención personal” y
“hostilidad”, entre otras.
Young definió a la soledad como la ausencia o percepción de
ausencia de relaciones sociales satisfactorias. Page manifiesta que esta
definición enfatiza la importancia de la cognición, emoción y conducta,
considerando que la emoción y conducta de los solitarios son comúnmente una
función de sus pensamientos y atribuciones, los que se deben comprender para
entender su comportamiento.
Peplau & Perlman definen a la soledad como una respuesta
a la discrepancia entre las relaciones interpersonales deseadas y las
existentes. Estos autores también señalan características esenciales de la
soledad, que son:
Es el resultado de deficiencias en las relaciones sociales.
Representa una experiencia subjetiva (que no necesariamente
es sinónimo de aislamiento social, ya que uno puede estar solo sin sentirse
solitario o sentirse solo cuando uno está en grupo)
Es desagradable y emocionalmente angustiante.
En otras investigaciones, Peplau & Perlman, concluyen
que las características que la mayoría de las investigaciones atribuyen a la
soledad son:
A) La soledad es una experiencia aversiva, similar a otros
estados afectivos negativos tales como depresión o ansiedad.
B) La soledad refleja una percepción subjetiva del
individuo, de deficiencia en su red de relaciones sociales. Esta deficiencia
puede ser cuantitativa (sin muchos amigos) o cualitativa (falta de intimidad
con otras personas).
La definición usada en la escala de soledad desarrollada por
la UCLA, enfatiza componentes cognitivos y emotivos.
El aspecto cognitivo es la conclusión personal de que él o
ella tienen menos relaciones interpersonales o que las que tienen son menos
recientes de lo deseado, y el componente emocional es el tono negativo asociado
a esta conclusión, que puede ir desde una incomodidad al sufrimiento intenso.
El concepto de soledad se ha distinguido de otros parecidos
como falta de compañía, aislamiento, ser único y distinto (Williams citado en
Page, 1991; Koenig Isaacs y Schwartz, 1994); de constructos psicológicos como
introversión y / o depresión (Solano et al, 1982) y de constructos psicológicos
como alienación (el paciente se siente extraño así mismo) o anomia (incapacidad
para reconocer o nombrar objetos) (Solano et al, 1982).
Weiss en 1973 propuso una tipología para la soledad. El
plantea que existen dos tipos distintos de soledad: la soledad emocional y la
soledad social.
La primera consiste en la falta de una relación intensa o
relativamente perdurable con otra persona (por ejemplo, en personas
recientemente divorciadas o viudas, etc.), estas relaciones pueden ser de tipo
romántico o relaciones personales que generen sentimientos de afecto y
seguridad.
La soledad social involucra la no-pertenencia a un grupo o
red social, y pueden tratarse de un grupo de amigos que participen juntos en
actividades sociales o de cualquier grupo que proporcione un sentido de
pertenencia, basado en el compartir preocupaciones, trabajo y otra actividad.
Cambios psicológicos y sociales en los adultos mayores
El envejecimiento del organismo plantea no sólo problemas
médicos específicos sino también psicológicos y sociales que afectan al
individuo tanto como a la familia y a la comunidad.
Autor: Adriana Saldaña Lozano
A medida que se envejece, se puede dificultar la vida activa
por a tres factores principales:
· Invalidez
progresiva producida por el proceso normal de envejecimiento fuera de toda
relación con procesos patológicos.
· Acentuación
de los efectos de las enfermedades crónicas.
· Problemas
psicológicos y sociales debidos generalmente a situaciones familiares y
económicas asociadas con la senectud.
Empezamos a envejecer antes de nacer y seguimos haciéndolo a
lo largo de toda la vida. El envejecimiento es un proceso natural que se debe
recibir con beneplácito. La esperanza de vida ha aumentado en forma muy
pronunciada desde el fin del siglo XX a escala mundial. Actualmente hay en el
mundo aproximadamente 600 millones de adultos mayores y se estima que para el
año 2020 serán 1,000 millones.
Sabemos que hay dos tipos de envejecimiento: el que se
podría llamar natural, provocado por el mero transcurrir del tiempo, ese tiempo
que se extiende desde que nacemos hasta que morimos y que desde él vamos
produciendo cambios; y el denominado socio-génico provocado por las condiciones
socio-culturales-económico-políticas que ubican o insertan a cada persona en un
lugar determinado de la cadena etaria.
El organismo envejece, esto es, va sufriendo la acción del
tiempo y va transformando sus características y posibilidades, pero también es
cierto que tanto las características como las posibilidades son recogidas por
el entorno social para fijar pautas, y dictaminar qué puede y qué no puede, qué
debe y qué no debe hacer una persona a la que llama “vieja”.
Se decide (son los modos de cada sociedad) que a un bebé le
está permitido liberar esfínteres hasta aproximadamente los 2 años, edad en la
cual deja de aceptársele esta libertad para pasar a educarlo, induciéndolo,
amenazándolo o castigándolo si no cumple con lo que de él se espera; luego se
decide que a los 6 años deberá empezar su instrucción primaria y, de no
hacerlo, la sanción recaerá sobre sus padres, si hubo negligencia de éstos, o
sobre el niño, si se niega a asumirla, en cuyo último caso se consultará con
especialistas para superar el trance.
Llegado al final de la adolescencia y entrando en la primera
juventud, se espera del o de la joven que constituya una familia y, si no lo
hace en un lapso prudencial, comenzarán el asedio y la inquisitoria familiar y
social, investigando las razones de la mora, etc.
En el extremo, llegados a la recta final, se espera que los
viejos se queden quietos, que no protesten y no ocupen más lugar que el
reservado para sus pies.
En el caso del adulto mayor en especial, se agrega otra
marca conocida, clara y casi fatal por sus consecuencias, la de la edad de la
jubilación.
Se le dice: “Ya has cumplido, ahora tienes que descansar y
dejar tu lugar a otros más jóvenes”.
No importa si él se encuentra en la cúspide de su
rendimiento, capacidad o experiencia, con resto para transmitir lo que sabe y
con tela para seguir aprendiendo.
Tampoco importa si, por el contrario, hace 10 años que da
muestras de cansancio y de claudicación (física y/o psíquica) o si, harto de la
tarea que ha venido desempeñando desde hace ya 4 ó 5 décadas, sus días
transcurren en el suplicio de la espera.
A fuerza de ser empujado a “ocupar su lugar”, la
desmoralización lo invade, la depresión lo desactiva y domina y en esas
condiciones, no tiene más remedio que dejar hacer. Porque el adulto mayor tiene que empezar a actuar
como tal, porque esto es lo “socialmente correcto”, puede sentirse tan desanimado,
tan desesperanzado, tan afrentado por las injusticias de toda índole, que llega
a descargar sobre sí mismo lo que de buena gana descargaría sobre su prójimo.
Si el niño es vulnerable por inmadurez, el adulto mayor lo
es por hipermadurez. Y así, aunque generalmente provisto de más experiencia,
más conocimientos y más capacidades que muchos de los jóvenes que lo desplazan,
se encuentra más sujeto a las reprensiones de éstos, a sus reprobaciones y a
los dichos de toda especie que, por tradición, suelen propinársele.
En este sentido, y para encuadrarse en el estereotipo y no
ser señalado, es habitual ver encorvarse a viejos que podrían caminar erguidos,
incluso autoexcluirse del campo de la seducción y renunciar al adorno y al
atuendo atractivo por miedo al mote de “viejo verde”.
En suma, es curioso observar como los viejos se
auto-convencen de incapacidades que muchas veces no tienen, por el mero hecho
de que “así tiene que ser porque así lo señalan los demás”, mandato que, tanto
implícita como explícitamente, llega a tener fuerza de ley.
El conjunto de estos mandatos y muchos otros engendra,
además, patologías diversas, desde las somáticas a las psíquicas y, entre
ellas, y especialmente la depresión. No obstante, aún cuando la depresión cala
hondo, un reflejo sano de auto-conservación impele a seguir viviendo. Lo que
obliga a preguntarse sobre la forma de seguir que se pondrá en juego, esto es,
qué calidad de vida se proveerá para que este seguir viviendo tenga sentido.
Hasta aquí lo que ocurre con los adultos mayores sanos. Es
obvio que no todos lo son. Los hay que padecen enfermedades diversas y también
discapacidades varias. Se diría coloquialmente, que si ser viejo fuera poco,
encima está el padecer dolencias varias. El adulto mayor suele cargar con la
vergüenza de su minusvalía, una vergüenza gratuita, naturalmente, pero que para
algunos resulta poco menos que insoportable. Por lo que se ve retraído,
rehuyendo el contacto con otros, rumiando su pérdida de elegancia, temeroso de
mostrarse en público por las burlas que, lamentablemente suelen acompañar su
paso.
Naturalmente, no siempre ha sido así. Hubo tiempos en que
los viejos eran los sabios, los consejeros, los escuchados, los consultados,
los valorados. Hoy, con la desacralización de la vida, con la falta de respeto
por la naturaleza y por todo lo que huela a valor tradicional, el adulto queda
desinvestido de todos los valores que alguna vez lo adornaron y ya no importa
cuánto vale, cuánto puede, cuánto sabe. Mas bien, se decreta todo lo contrario.
El individuo nace conjuntamente con la sociedad. De lo
contrario, no había ni uno ni otra; una vez instalada la sociedad, cada nuevo
sujeto que nace lo hace en un contexto social. Es el grupo en el que se cría el
que determinará, qué y cómo será cada uno de nosotros.
La sociedad con sus prejuicios, sus mandatos, sus
estereotipos, sus normas, sus ideales y sus sanciones, pesa sobre todos los
sujetos en el sentido de controlar la capacidad para el hacer, para la producción.
Con ello condiciona (o empuja) al adulto mayor, hacia una más rápida
declinación.
Es como si constantemente le estuviera señalando que hay un
punto final más cercano al que tiene que ir adecuándose. Se le suele aconsejar
que “descanse”, que “no se agite”, que “ya hizo bastante y ahora tiene que
dejar que otros hagan por él”. De algún modo, se pretende transformarlo en un
ser dependiente, en un inválido, aunque este resultado, cuando ocurre, sea lo
contrario de lo que, en realidad, se deseaba. Tampoco se tienen en cuenta las
repercusiones internas que tienen éstas “amorosas” recomendaciones.
Por lo tanto, habría que ver a la vejez o al adulto mayor
como una etapa más de la vida, no como una enfermedad, saber que la vejez no es
sinónima de decrepitud y deterioro, sino que puede ser una etapa lúcida y rica
del ciclo vital. En la mayoría de los casos, el adulto mayor sano quiere dar
protección más que recibirla y, lejos de esperar pasivamente la muerte, lo que desea es seguir
emprendiendo y produciendo nuevas realizaciones, no importa si llegan a
completarse o quedan inconclusas, lo importante es el proceso en que el sujeto
puede embarcarse, más allá de si puede concluirlo satisfactoriamente o no.