México
debe dejar de ser un país ocupado
Por
Arturo Romo Gutiérrez
Por el miedo, la violencia y la inseguridad
asociados a la delincuencia organizada; la corrupción, la impunidad y el
desprecio por la ley; la intolerancia, la persecución y la represión de los
disidentes; los intereses del Imperio y la dictadura de los dueños del dinero; la
pobreza, la injusticia y la desesperanza; el egoísmo y la falta de solidaridad
social con los que menos tienen; y la destrucción del medio ambiente.
No más sexenios de miseria
del pueblo y enriquecimiento escandaloso de unos cuantos, intensa explotación
de los trabajadores, abandono del campo y de los campesinos, exclusión de los
pequeños y medianos empresarios, amenazas a los empresarios nacionalistas y emigración
masiva de compatriotas; no más agresiones a la economía de las clases medias ni
regímenes fiscales de privilegio para los grandes consorcios financieros,
industriales, mineros y comerciales; no más dependencia del extranjero.
Es la hora del cambio democrático, pacífico, ordenado,
con rumbo y con destino, que López Obrador encarna y representa. Es urgente y
necesario poner un hasta aquí a los procesos de degeneración que caracterizan
la vida en colectividad, iniciar la construcción de un régimen institucional
congruente con las aspiraciones de mejoramiento material y espiritual que
anidan en los mexicanos.
Ante el vigoroso despertar
del pueblo, el otrora invencible pedestal de los intereses creados, se tambalea
y amenaza con caer de un modo estrepitoso. En su desesperación por mantener los
privilegios de que disfrutan, los círculos del gran dinero recurren a los
métodos más viles, como son el engaño, la mentira y la manipulación obscena de
la información, la cooptación de las conciencias y la abierta traición a la
nación. Concentran el ataque en la persona que lidera la lucha por el cambio
verdadero, le descalifican, le llenan de vituperios y anatemas, intentan
inocular, una vez más, el miedo entre la población. No le atacan a él sino a
sus ideas políticas, a sus ideales.
Es éste el momento más peligroso de la transición. Cuando
todo lo bueno nuevo que se necesita, no acaba de nacer y todo lo malo del
pasado, no acaba de morir. Ahora es cuando el pueblo humillado, postergado,
zaherido, debe poner en tensión todas sus fuerzas para lograr el cambio que
eleve el nivel y la calidad de vida de las clases laborantes, promueva el
desarrollo de las fuerzas productivas, fomente la industria, el comercio y los
servicios; genere empleo digno, socialmente útil y justamente remunerado;
asegure el progreso del campo y de las familias campesinas, haga del mundo
rural un establecimiento bien estructurado para producir alimentos y vivir con
dignidad; garantice paz y tranquilidad a
la sociedad; e incorpore a México en el mundo global de nuestros días, con una
visión propia y no de subordinación a los dictados de los poderosos.
Es posible lograr ese
objetivo. Se sabe cómo, porque en cierta medida ya ocurrió en el Distrito
Federal y en algunos otros lugares del país en donde se asentaron gobiernos
democráticos y progresistas. Porqué se ha construido un poderoso movimiento
social que da sustento e impulso a la idea transformadora, y porque las
condiciones internas e internacionales son magníficas, mejores a las existentes
hace seis años.
Pero es indispensable no
cometer errores en este último tramo del camino, unir a todos los patriotas en
un solo frente, a todos los demócratas en un solo compromiso: el cambio en
sentido positivo del país. Orientar y convencer al mayor número de ciudadanos
de que el Cambio Verdadero es la única opción que a México conviene y, por lo
tanto, exhortarlos a que acudan a votar para hacerlo realidad. Neutralizar la
campaña de calumnias y la guerra sucia que está en marcha para desacreditar a
López Obrador. Organizar comités para defender el voto y el sentido en el cual
se emitió. Denunciar toda práctica conducente a su adulteración, estas son las
tareas que debemos asumir.
No hay cambio posible si no
se lucha por él.
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