PARA EL INGENIERO MANUEL DOMÍNGUEZ SANDOVAL
Por: Benito Álvarez Serrano.
“Que, el hijo de don Pantaleón y de doña Felipa, se
salió del Seminario. Que, ya no quiso ser sacerdote, y ya vive aquí desde hace
poquito, igual que el Chato Pérez; el hijo de don Jacobito que también se
arrepintió”.
Ese era el comentario que hacían las señoras amigas
de mi mamá a la salida de misa cuando pasaban por “La Espiga de Oro”,
tempranito, para comprar el pan para almorzar y mandar a sus hijas e hijos al
colegio… de las madres o de los hermanos o a la escuela.
Una mañana cotidiana en el corazón del Mercado
Sotelo de Sombrerete se disfrutaba: levantarse a fuerza para ir a misa a La
Parroquia atravesando por el amasijo en donde los panaderos trabajaron toda la
noche elaborando los suculentos bolillos, conchas, calamares, polvorones, etc.,
lograran que estuvieran recién salidos del horno para que llegaran así, a las
mesas de los madrugadores clientes de nuestra panadería.
Al salir a la calle se respiraba el aire fresco y la
alegría de “los puesteros” que muy laboriosos se ocupaban de acomodar las
frutas y legumbres en artística presentación, llamando la atención de las
marchantas que a la salida de misa, las comprarían para llevarlas a sus casas y
convertirlas en deliciosos y disfrutables manjares para la familia.
El Mercado Sotelo, era un espectáculo: Todos,
barriendo y regando el frente de sus casas o establecimientos, para que la
calle luciera limpia y llena de vibrante energía para el intercambio comercial.
El escenario, estaba preparado para empezar un día más de labores; los
comerciantes con su mejor sonrisa y su buena disposición, listos para asumir su
papel como abastecedores de alimentos.
Formaba parte del paisaje, el paso de los hermanos
del colegio caminando a prisa y con paso muy firme, como escolta, de dos en
dos, encabezados por el Hermano Superior don José Refugio Castellanos Barajas, rumbo
a la Parroquia de San Juan Bautista a donde acostumbraban asistir a la
celebración de la Santa Misa todos los días. Algunos de nosotros, alumnos, los
seguíamos como en desfile
El señor Cura, se llamaba José Trinidad García Franco,
el vicario Maclovio Mireles; luego llegó un sacerdote más: Gonzalo Luévanos,
que empezó el rescate del abandonado Templo de Santo Domingo, que permanecía cerrado al culto. Fray Serafín del Refugio
Barragán, estaba al cuidado de la sede Franciscana acompañado de un hermano
lego de avanzada edad, solo los dos en semejante edificio muy deteriorado y al
que le urgían tanto como al Templo de San Francisco urgentes reparaciones o
restauración total, en Tercera Orden, se celebraban las misas que mi tía Lola Álvarez,
musicalizaba con el armonio todas las mañanas, alternándose con Aurora Cordero;
las ministras, como se les llamaba a las dirigentes de la Tercera Orden
Franciscana, fueron mi madrina Cuca Martínez y Amada Esquivel y a los
Terciarios los dirigía don Julián Bueno. En la Parroquia en el coro se
desempeñaban Manuel García y don Pedrito Solano.
La salida de misa, marcaba el inicio mercantil del
día. Todo mundo pasaba a abastecerse en el Mercado Sotelo y sus alrededores,
para servir el almuerzo y mandar los muchachos a la escuela o al colegio.
La bonanza comercial se apreciaba por todas partes:
todo mundo tenía con que comprar.
Los sábados al mediodía, era una fiesta: los
trabajadores de las minas de Tocayos y San Martín, recibían sus rayas al igual
que los trabajadores de la construcción y de otros gremios. La actividad en las
cantinas y billares se apreciaba muy movida, los locales ocupados a toda su
capacidad por “los trabajadores muy gustadores” en merecido recreo semanal, a
cuadra y media a la redonda estaban en servicio seis cantinas, me acuerdo de
“La Perla” y “El Gato Negro” de don Aurelio Puente, “El Tunel 6” de don Juan
González “El Cebú” (que también era político), ” La ochenta y una” de don
Leopoldo Santos; “El Retiro” de Chavel Gutiérrez y la que estaba enfrente de la
Parroquia, en Los Portales, propiedad de don Pepe Yuén. ¿Cuál hambre?
El entorno del Mercado Sotelo estaba formado al
oriente por la calle que lleva ese nombre, con la tienda de ropa del señor
Valencia a quien se acusaba de Protestante, que en aquellos tiempos era cosa
que provocaba rechazo social por no profesar la religión de casi todos; la
casona de El Nuevo Mundo: abajo, la tienda de don Pancho Castañeda y arriba las
oficinas de la Cámara de Comercio, por cierto la primera de América Latina bajo
la conducción de su flamante gerente El Prieto Frayre; enseguida La Marina,
tienda de ropa y telas de don Severiano Cordero y su hijo don Delfino; Las dos
Repúblicas, tienda de mayoreo y menudeo de abarrotes, discos, radios y
tocadiscos de don Mario Serrano y su esposa doña Eva Domínguez, que en el
zaguán funcionaba primero una diecera que tocaba discos de 78 revoluciones por
minuto, depositando una moneda primero de 10 y luego de 20 centavos, que le dio
paso a la modernidad y en su momento la primera Rock Ola ya con sonido stereo,
conocida en Sombrerete que tocaba discos de 45 rpm por 20 y luego por 40
centavos la canción.
Don Mario Serrano, era un comerciante de vanguardia.
Muy trabajador, ingenioso, creativo y amante de los adelantos tecnológicos de
aquel momento 1960, hace 50 años. En su tienda estaban a la venta, las
novedades del momento por ejemplo los primeros encendedores de gas
irrellenables conocidos: los Cricket, las novedades en discos y la evolución
que experimentaron los aparatos de radio, tocadiscos y consolas. Philco, RCA,
Telefunken, las primeras planchas eléctricas, las licuadoras y todas esas
novedades que llegaron junto con la época. Hacia apensa 2 años que teníamos
energía eléctrica proporcionada por la CFE.
El arroz, el azúcar, la sal, venían en costales de
50 kilos, la harina de 44 y se despachaban delante del cliente según la
cantidad solicitada, en bolsas de papel de envoltura o de estraza. Dada la gran
cantidad de gente de las comunidades y rancherías que llegaba los domingos para
hacer sus compras estar pesando conforme fueran pidiendo retrasaba la atención
a la clientela y fue don Mario el que trajo a Sombrerete las primeras bolsas de
polietileno para hacer empaques como los que ya se usaban en la venta del
detergente y se empezaron a “kiliar” el arroz, el azúcar, la sal, etc. no había
todavía selladoras al alcance del público en general y las cerrábamos
atravesando una segueta entre el polietileno y la llama de una vela. Los días
para embolsar eran el jueves y el
viernes para que el sábado y el domingo el despacho de las mercancías
fuera más expedito.
Las mañanas
de los domingos, eran días comercialmente muy animados. Eran trabajadores muy
alegres Formábamos parte de un pueblo de gente muy feliz. Todo lo que
desarrollaba enfrente del Convento, era la convivencia más perfecta que se
puedan imaginar, había un domo como les llaman ahora, tejabán entonces,
sostenido por pilares de fierro vaciado -a lo mejor estilo Art Noveau-, y
debajo de esas laminas acomodadas como nave industrial, estaban una serie de
puestos hechos de madera en donde se expendían toda clase de productos. Los
extremos eran la casa de don Serafín Cirión donde estaba la Botica del Mercado
de don Jesús Ayala (ahora, la mueblería Santoyo; por cierto, sentí mucho el
fallecimiento de mi admirada doña Concha Domínguez, mujer admirable,
trabajadora, entrona y valiente como pocas he conocido), el depósito de vinos y
licores “La Sevillana” de don Jacobito Pérez, “El Jonuco de don Julio Castillo
y enfrente la cuadra que se formaba con la tlapalería “La Mariposa” de don
Julián Cervantes, el Salón Imperial del
señor Rojero, la casa del contador Raúl Acosta y doña Nieves Rojero, la
tienda de El Salero y la de don Agustín Rojero y el cine San Francisco. Me
acuerdo de la tienda que estaba en la esquina del Templo de Tercera Orden,
también muy famosa si no me equivoco su dueño, se llamaba Chano.
En los puestos fijos hechos de madera, estaba la
“Nevería El Popo”, donde vendían unos deliciosos raspados de hielo con jarabes
de todos los sabores que tenía enfrente la cantina La Perla, y la de don Mario
Serrano. Luego seguía el puesto de la familia del Güero Díaz y Toña Mora y los
de don Rafael Narváez y su hermano papá de Andrés y familia y enfrente la
tienda “La Marina” de don Severiano Cordero y su hijo don Delfino; enseguida El
Nuevo Mundo de don Pancho Castañeda. Luego pusieron en medio los puestos de las
muchachas que vendían fruta y la joyería de don Manuel García en la parte de
atrás estaba un puesto grandote vendiendo cañas y naranjas al mayoreo, donde
Miguel Sánchez aprendía sobre los secretos del comercio en grande de su padre
don Juan Zenón Sánchez, quien por cierto, montó en su momento una gran tienda
de abarrotes a la que luego le compitieron los Rojero, cuando por primera vez
vi en mi vida, jamón embutido y rebanadoras eléctricas importante detalle
porque estoy hablando de 1960, cuando los pasteles Marinela eran una verdadera
e impresionante novedad como los “Gansitos” que era de las pocas golosinas que
podíamos comprar. Teníamos mucho dinero pero no había muchas golosinas que
comprar, estábamos en otros tiempos los niños de ahora, son muy felices por la
gran variedad de que ahora disponen para tener juguetes y saborear muchas golosinas.
Viniendo hacia la rinconada, al lado de El Popo y
enfrente de la tienda “El Esfuerzo” de Simonita Román y la cantina “El gato
negro”, estaban los puestos de mi tío Manuel Álvarez y El Rotario Bertaud; los
de Lupe y Lucila Domínguez hijas de don Pantaleón, Lino Muñoz y Ernesto Bertaud
y Sostenes Muñoz, enfrente el restaurante Pénjamo de doña María, la frutería de
don Pedro Sánchez y la de abarrotes también de Ernesto.
Los productores, llamados cariñosa y respetuosamente
“rancheros”, vendían sus cosechas y obtenían el dinero con que hacer comercio y
llevar mercancías para subsistir en sus
respectivas comunidades. Como la oferta gastronómica no era tan grande, muchos
de ellos almorzaban pan y refresco en los mostradores de nuestra panadería, la
que se mantenía abarrotada por casi todo el día domingo, disfrutando por
partida doble al degustar deliciosas conchas de Chocolate y otras
especialidades con el paladar y con el olfato “El santo olor de la panadería”
como lo dijera del Bardo Jerezano Ramón López Velarde; igual que se observaba
en todos los comercios del Mercado Sotelo. Yo iba a trabajar a la tienda de
Mario Serrano para colaborar con sus hijos en el manejo de las mercancías
adquiridas por los rancheros principalmente para su consumo durante la semana y
era un momento culminante cuando doña Eva, nos llamaba a todos los “trabajadores”
para dar cuenta de una charola de “brujas” de las de que preparaba e hizo
famosísimas don Carlos Bustos y que, su
apreciable familia dentro de la que se cuenta mi apreciada y querida Martha
Sánchez, hija de don Juan Zenón y Merceditas, esposa de Vinicio y que no
obstante que estoy hablando de hace 50 años, las “brujas” siguen conquistando
el paladar de los sombreretenses y los que saben de ellas.
Y el motivo de esta historia: la tienda de don
Pantaleón Domínguez y la Panadería La Espiga de Oro de don Salvador Álvarez (mi
padre), en el 220 que antes fue 32 de la calle Mercado Sotelo, allí
precisamente donde viví todo esto que hoy les cuento, un hombre de origen
campesino, alto, venerable, atendía su miscelánea especializada en sombreros y
accesorios para campesinos, ayudado por sus hijas Lucila y Lupe, no descuidó
nunca ni su origen ni su rancho y en su casa, en la calle Mina, tenía un corral
con establo, su esposa doña Felipa, ordeñaba todas las mañanas las 4 o 5 vacas
que podía tener en el pueblo y en el zaguán ponía su vendimia de leche, a la
que a mí también me tocaba acudir para luego tomarla con chocolate Morelia
Presidencial a instancia de los anuncios que mi mamá doña Raquel Serrano, escuchaba
por la radio en el programa de las 8 “el Reloj Musical” en la W, antes de
partir al Colegio de los Hermanos donde cursaba la instrucción primaria y casi
terminaba.
Nunca nos explicaron ampliamente por qué, pero el
sentimiento de todas las familias siempre era en el sentido de la preservación
y defensa de la Fe, y uno de los principales protagonistas de La Cristiada, de
hacía 30 años, don José María González y Valencia, Arzobispo de Durango
falleció y las manifestaciones de duelo fueron impresionantes. El año anterior
murió el Papa Pio XII quien tuvo destacada participación en la Guerra Mundial,
ahora, teníamos -toda proporción guardada-, a un guerrero propio, nuestro y que
en su traslado de la ciudad de México a Durango y a su paso por Sombrerete, el
cortejo fúnebre, marcó esa noche que sus restos fueron velados en la Parroquia.
A la orilla de la carretera desde Sain Alto donde empieza el territorio del
Arzobispado de Durango en territorio zacatecano, hicimos valla miles y miles de
feligreses para luego pasar por enfrente del catafalco a rendir nuestros
respetos.
Don José María González y Valencia, era muy admirado
y querido por la valentía con la que enfrentó al gobierno del Gral. Calles
durante la persecución religiosa que hace pocos años, apenas, beatificó e hizo
santos a muchos de los más destacados defensores de la religión católica en
nuestra tierra. Las historias de horror que nos contaban sobre el sufrimiento
de Los Cristeros a manos de los represores callistas en contra de las
manifestaciones de culto católico como las piezas más acabadas de tortura y
barbarie como rebanarles las plantas de los pies para que caminaran sobre
brasas, colgarlos de los dedos de las manos y sacrificarlos de la manera más
sangrienta que pueda imaginarse y como botón de muestra. El sentimiento
antigubernamental prevalecía a pesar de haber pasado ya 30 años y estábamos en
el velorio de un arzobispo que permaneció en el cargo desde 1922, hasta 1959 en
que falleció.
Fue así como vivimos los tiempos en que las
vocaciones religiosas se dispararon y varios jóvenes de nuestra comunidad,
salieron de Sombrerete rumbo al Seminario y a la casa de formación religiosa de
los Hermanos de la Sagrada Familia y las Madres del Sagrado Corazón en Durango,
Uruapan y Zamora. De mi familia fueron
dos monjas y dos sacerdotes hijos de una sola familia, la de mi tío Miguel
Alvarez y doña Cuca Martínez.
Luego en ese mismo tiempo fue nombrado Obispo de
Mazatlán, don Miguel García Franco, hermano de nuestro cura don José Trinidad y
un grupo como de 10 jóvenes entre los que estaba el padre Saúl Monreal,
emigraron al puerto para formar parte de los primeros alumnos del nuevo
seminario, así que a falta de escuelas de educación superior o media superior a
la mano, optaban por la carrera religiosa; por lo que la llegada de Manuel
Domínguez y el Chato Pérez, de regreso y sin haber logrado el sacerdocio, fue
un golpe sentimental muy fuerte para sus familias principalmente y también para
el pueblo católico.
Manuel Domínguez no se adaptaba al medio producto de
los conocimientos adquiridos a su salida del Seminario y después supimos que
antes de llegar a Sombrerete, había cursado estudios de Agronomía en la escuela de Ciudad Juárez y
empezó a demostrar su inquietud con la fundación de un periódico semanal que se
llamó “La Voz de Sombrerete”, que le imprimían en Fresnillo y que resultó toda
una novedad en una localidad como la nuestra a donde solo llegaba El Sol de
Durango algunos nacionales y las revistas de moda como Los Supersabios y la
Familia Burrón, entre otras que podíamos adquirir en el puesto de revistas de
don Miguel Sánchez .
Dicen que van por el 40 aniversario del periódico,
yo creo que debe tomarse en cuenta desde entonces.
El ingeniero Domínguez, se desempeñaba como
topógrafo en el extinto Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, en la
ciudad de Zacatecas formando parte de las brigadas de ingenieros y topógrafos
dedicados a deslindar los predios producto de la repartición de tierras y la
formación de ejidos y colonias, que ahora conocemos.
El fin de semana y en sus tiempos libres, los
dedicaba a darle vida a una oficinita que tenía en un cuarto que le rentó al
padre Fray Serafín junto de la taquería de doña María (donde por cierto,
preparaba unos tacos fritos de papa con queso, que al solo recordarlos se me
hace agua la boca), a unos pasos de la puerta principal del Convento en donde
tenía su máquina de escribir Remington, lo que era admirable porque creo que
los únicos que escribían a máquina aparte de él, era el Prieto Fraire en la
Cámara de Comercio y el hermano José Castellanos en el Colegio.
Muy temprano los domingos empezaba la venta del
periódico semanario “La Voz de Sombrerete” y a mí, me llamó mucho la atención
ese hecho que me llevo a ir como quien no quiere la cosa para verlo escribiendo
en máquina en medio de una montaña de papeles sobre el escritorio que presidia
esa modestísima oficina. Pronto me encontró acomodo y me daba la comisión de ir
a cobrar los recibos que expedía por los anuncios publicados a las diferentes
personas que le ordenaban publicidad.
Luego ya con el tiempo, me puso a escribir notas
sencillas con la básica: “qué, cuando, como, en donde, a qué horas y por qué”,
que como me han servido a lo largo de mi vida aparte de la facilidad que me
heredó mi madre doña Raquel Serrano, que sin preparación alguna, era una gran
conversadora y dueña de una capacidad de descripción maravillosas.
Manuel Domínguez Sandoval, era dueño de un gran
sentimiento y compromiso patriótico: trabajaba para el gobierno, pero era
opositor al régimen; se ostentó como panista en Sombrerete, donde luchó por las
causas de los necesitados y porque el progreso llegara cuanto antes a nuestro
municipio y creo, firmemente, que fue un hombre incomprendido;
desafortunadamente incomprendido.
Desde las páginas de su periódico que ahora se llama
La Voz de Llerena, fustigaba a las autoridades y a los responsables de hacer
bien las cosas cuando fallaban y las hacían mal y donde también, siempre
proponía las obras y las acciones que beneficiarían a Sombrerete y lo llevarían
al progreso tan deseado por sus habitantes.
Si hacemos un balance y un recuento puntual de lo
que se ha hecho, de lo que se pudo y lo que se dejó de hacer en este medio
siglo, tendremos que reconocer que fue una voz que predicó en el desierto. La
situación actual no corresponde. Se defienden diciendo que “el hubiera” no
existe.
Su partido –o mejor dicho sus compañeros de partido-
siempre lo obstaculizaron y lo convirtieron, desgraciadamente, en un aspirante
eterno. Acompañó a un gran panista don Carlos Stephano siempre y lucharon por
lo que ahora, cosecha su partido y considero, que el PAN tiene una deuda con
Manuel Domínguez Sandoval. Los que la alcanzaron, deben reconocer a los que la
corretearon.
Cuántas personas quisiéramos que una obra nuestra
permaneciera por medio siglo vigente y con todo un futuro por delante gracias a
que después de su fallecimiento, sigue llegando a las manos de los lectores que
cada semana se enteran de las últimas noticias y del estado de las cosas en su
comunidad, que durante su vida ha visto nacer y morir infinidad de semanarios y
publicaciones. Por este motivo y por su trayectoria profesional y política,
tenemos una deuda de justicia histórica con Manuel Domínguez Sandoval,
principalmente por ser el fundador del semanario más longevo de Sombrerete.
Felicitar a sus hijos por seguir publicándolo y que
no dejen de hacerlo jamás.
Yo quiero agradecer públicamente a Manuel Domínguez
por abrirme la puerta a este maravilloso mundo de la comunicación. Me considero
en una magnífica posición, soy editor, tengo más de 25 obras publicadas y hay
un libro editado por mí en 30 mil aulas de secundaria en todo el País, formando
parte de la su Biblioteca de Aula y una de mis mayores satisfacciones ha sido
rescatar la obra maestra de la Historia de Zacatecas como lo es el Bosquejo
Histórico de Zacatecas con los dos tomos de Don Elías Amador y los dos del
maestro Salvador Vidal con una edición de cinco mil colecciones. Edición en la
que invertí todo lo que tengo con el propósito de que no se pierda ya que en
los 102 años de su existencia existen cuando mucho 4 mil colecciones para un
Estado con casi millón y medio de habitantes y lo hice con el único propósito
de que los jóvenes de ahora y los del futuro tengan en donde investigar
nuestros orígenes como zacatecanos desde los tiempos más remotos. Gracias a la
invitación de Manuel Domínguez a entrar en este mundo de la comunicación, tengo
estos resultados y se los brindo como un homenaje a su memoria.
A la hija del ingeniero que me envió un mensaje para
que escribiera algo sobre su padre con motivo del próximo 40 aniversario .yo
digo que es medio siglo- de La Voz de Llerena, le agradezco mucho que me lo
haya pedido, mire de todo lo que me acordé. No me acuerdo cuanto tiempo hace
que se fue, pero su ausencia se siente.
Al poner los nombres de todas las personas que
menciono en este texto, lo hago también como un homenaje a su memoria y por
haber participado en la construcción de este Sombrerete y a Martha Rueda de
Domínguez, la felicito por haber sido la inspiración de su marido y de sus
hijos para que no abandonen tan importante obra, deseo con todo el corazón que
La Voz de Llerena siga por siempre con la Voz de Sombrerete.
Nota: Con la esperanza de haber hecho un buen
trabajo, solo les digo que el que me corrige mis textos, Emilio Noguez, anda de
vacaciones y no revisó este.