Por Arturo Romo Gutiérrez
En los albores del siglo XX, hacia 1910, Karl Bünz, embajador en nuestro país de la República alemana, emitía un despistado juicio acerca de las posibilidades de una rebelión: “considero –decía el ministro a su gobierno- que una revolución general está fuera de toda posibilidad”. En términos semejantes a los del embajador germano, se expresaban lo mismo funcionarios al servicio de la dictadura porfirista que ciudadanos comunes y corrientes, y los no tan comunes y corrientes que pertenecían a los selectos grupos de la aristocracia y demás élites dominantes.
Nada significaban para ellos los levantamientos obreros de Cananea y Río Blanco (1906 y 1907); nada el Manifiesto del Partido Liberal, el activismo político de miles de clubes anti reeleccionistas diseminados por todo el país, ni las encendidas proclamas floresmagonistas que hacían brotar llamaradas de inconformidad y ánimos belicosos en agraviados jornaleros y explotados trabajadores.
Nada. Campeaba entre las altas clases de la época un ambiente de tranquilidad y seguridad, bajo el cobijo que les proporcionaba una dictadura fuertemente apuntalada por los poderes metropolitanos y armada hasta los dientes.
El libro de Madero, La Sucesión Presidencial, vino a ser la gota que derramó el vaso, y unos cuantos meses después del 20 de noviembre de 1910, fecha en que inició la rebelión armada, Porfirio Díaz sería embarcado en el Ipiranga, para partir de Veracruz con rumbo a Europa, llevando en sus alforjas los restos magullados de un sistema de opresión que entonces parecía perfecto e invencible.
¿Cuáles fueron los factores conducentes al estallido revolucionario y la derrota de aquella oprobiosa dictadura? Desde luego, la injusta distribución de la tierra y sus productos, la elevada concentración de la riqueza en unas cuantas manos, la desigualdad social que ahogaba en la mayoría del pueblo toda expectativa de sobrevivencia, el despojo de tierras y posesiones de que fueron objeto campesinos, indígenas y comuneros, la cancelación de libertades esenciales al sano desenvolvimiento de la vida humana y las constantes vejaciones de que eran víctima las familias proletarias por parte de patrones y hacendados.
Claro está –apuntó certeramente Horacio Labastida- que “…las penurias y las sujeciones no incendian la protesta popular sin el agregado de la conciencia política…” y ésta, la conciencia, movilización social tras de un objetivo político, así como la adecuada conducción del movimiento, lo aportaron los clubes anti reeleccionistas, cuyo activismo fue canalizado inteligentemente al fortalecimiento de la figura de Madero, caudillo que a la postre encabezó la lucha.
Un siglo después, las circunstancias parecen repetirse. Como consecuencia de la imposición hace treinta años del modelo y la ideología neoliberales, México ha retrocedido en muchos aspectos de su vida a la situación prevaleciente en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX.
Si entonces gobernaba el país una élite compuesta por 840 hacendados, dentro de la cual sobresalían ocho individuos que se hicieron propietarios de 22 millones 500 mil hectáreas –hecho sin precedente en la historia de la propiedad territorial en el mundo, según nos lo recuerda don Jesús Silva Herzog en su Breve Historia de la Revolución Mexicana-; si eran extranjeros los dueños y beneficiarios del petróleo, la electricidad, los ferrocarriles y las minas de oro, plata y cobre; si un pequeño grupo de banqueros controlaba el crédito, incluida la alta jerarquía católica; hoy, un siglo después, una breve minoría compuesta por 16 familias de multimillonarios controla los destinos de más de 110 millones de mexicanos y uno solo de los potentados acumula una fortuna de 75,000 millones de dólares; los servicios de banca y crédito se encuentran casi en su totalidad en poder de corporaciones extranjeras (México es el único país en el mundo que no tiene control sobre su sistema financiero); así como el petróleo, las minas, los ferrocarriles, los puertos, los aeropuertos, las tierras ejidales, la producción y venta de fertilizantes, la telefonía, la televisión, la petroquímica, los ingenios azucareros, las siderúrgicas, las fábricas de tractores y motores, de cemento, tubería y maquinaria, entre muchas más, que han sido entregados por los gobiernos de derecha, a precios de remate, a particulares extranjeros y mexicanos –en ese orden.
Si en los tiempos de Porfirio Díaz el grupo de los científicos se mantuvo en el poder por más de tres décadas, hoy gobierna, también desde hace treinta años y por encargo de la oligarquía, un puñado de tecnócratas educados en universidades extranjeras, ora valiéndose del PRI y al día siguiente sirviéndose del PAN, según convenga a sus muy particulares intereses.
Si en aquel entonces se formaron clubes anti reeleccionistas cuya consistente acción contribuyó decisivamente a socavar los cimientos de la dictadura porfiriana, hoy se ha construido un vigoroso movimiento popular que anima la lucha por la transformación a fondo de la apremiante situación política, económica y social que aqueja a la mayoría del pueblo mexicano; se han formado miles de comités de protagonistas por un cambio verdadero; han sido distribuidos, leídos y analizados por lectores ávidos de información y orientación distinta a la que reciben del duopolio televisivo y la mentirosa publicidad gubernamental, millones de ejemplares del periódico Regeneración; millones de cables han viajado por las redes y miles han sido los discursos patrióticos, visionarios y creadores de conciencia, pronunciados por Andrés Manuel, líder de MORENA y ahora candidato del Movimiento Progresista a la presidencia de la República, que han sido escuchados y aplaudidos por multitudes de esperanzados mexicanos.
Las condiciones objetivas son propicias a la transformación social: el ciudadano está harto de lo que ocurre en el país, aburrido de la corrupción y la ineptitud gubernamental; los millones de seres humanos hundidos en la pobreza y angustiados por la violencia, no aguantan más; la organización del pueblo está casi concluida; la conciencia política proclive al cambio se extiende aceleradamente; el líder del movimiento ha alcanzado su plena madurez. Y aunque los grupos de la derecha continuarán oponiendo fuerte resistencia, al final se impondrán razón moral y razón histórica. La izquierda triunfará en 2012, como en 1910 el movimiento revolucionario. No solamente es posible sino absolutamente indispensable a la salud de la nación.
No hay duda. Las lecciones de la historia están a la vista y, si coincidimos con la convicción de Benedetto Croce, concluiremos, como él, que toda historia es, en realidad, una historia contemporánea “por lejanos en el tiempo que puedan aparecer los hechos por ella referidos.”
11 de diciembre de 2011.
Zacatecas, Zac. 06 de diciembre de 2011.
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